La Suite

 



Transitábamos con el peso del tiempo. Un tiempo sin intervalo, sin ausencia. La sucesión de los días compartidos sólo por permanecer. Los silencios crecían expandiéndose por la casa, se colmaban de palabras no expresadas ocupando espacios, haciendo más pequeños los lugares. La suite, testigo de un tiempo distinto se cerraba sobre nosotros acusadora despidiendo un aire denso, filoso, que a esa altura respirábamos con indolencia, la misma con la que nos mirábamos, la misma con la que apartábamos la mirada. Presos en ella, la dejábamos presagiar un destino. Fue cobrando dotes de entidad. Comenzó poco a poco a erigirse en una presencia, impetuosa, asfixiante. Habitarla era asistir al brutal develarse de nuestros silencios. La suite se había vuelto insidiosa, dibujaba una línea en el piso que nos dividía cual muralla, disponía un yo esbelto y resuelto detrás de mí reflejado en la pared que me interpelaba, me exigía una acción inabordable y a ella la bañaba con una oscura cortina de renuncia que le lavaba todo sexo despojándola, aquietándola hasta la parálisis. Mi espectro arrebataba el reloj que marcaba la espera y lo transformaba en movimiento para el terror de mis sentidos. Y lo más espeluznante; con un brillo y una luz cegadoras nos presentaba la cama como si fuera una imagen proyectada desde una pantalla. Gritaba en su lenguaje lumínico todo lo que no había sido. Los pliegues de las cobijas despedían un aroma sombrío que llegaba hasta nosotros impertérrito, olvidado de su poder desolador y llenaba la suite abonando la densidad del aire, infundiendo fin. Quedábamos absortos ante esa visión recordatoria y demandante que no podíamos saciar. Paralizados de impotencia, acechábamos, esperando inmóviles que la noche cerrada se colara por la ventana para que la luz que emitía se atenuara o que un viento manso se llevara el rigor del aire interior o tal vez el cansancio nos obligara a cerrar los ojos un día más. Uno más. Sólo uno más. Pasaban las horas, hacía un siglo que la ventana se negaba a oscurecer, un siglo sin vientos, ni mansos ni arrebatados, sólo quietud. Esperábamos...

Inspirado en la obra ‘La suite’ de Pablo Flaiszman

http://www.pabloflaiszman.com/


Comentarios

Entradas Populares

Carta III

La Búsqueda en lo Visceral II

Debate con Julio Cortázar