Jugar con Joyce o con el pez plátano de Salinger o con que filma Quentín

 

SECRETO EN LA MONTAÑA


“…bajo el oleaje de nuestros azares,

el secreto secreto nos oprime”.

Miguel de Unamuno

 

Estaban las dos en la habitación sentadas sobre la cama. Tenían una tabla de madera con copas de vino a medio llenar y un cuenco con maníes, en el piso una botella de vino vacía. Hablaban sin parar y se reían. Una tenía una cascada de rulos suaves que caían escalonados sobre su rostro, la otra el pelo hasta la cintura, lacio, mitad castaño, mitad fucsia. La habitación era despojada y estaba ordenada, la ventana dejaba colar algunos haces de luz entre la copiosa copa de un árbol florecido.

-¡Dale Tania! ¡Contame qué pasó! Ya está por llegar.

-Me cuesta. No es nada fácil.

-Voy a buscar más vino, cuando vengo empezá por favor.

Se levantó, agarró la botella vacía y fue hasta la cocina, la dejó sobre la mesada y abrió otra meneando la cabeza. En la mesa había un paquete de papas fritas que llevó junto con la botella.

-Creo que ya sé cómo contártelo. Pero no se lo podés decir a nadie. A nadie. Por favor. Sería terrible que se sepa. ¿Cómo voy a quedar yo si se llegara a saber? Imaginate, es un horror. Santi…

-No te preocupes, dale, empezá de una vez, hace horas que estamos acá y seguís dando vueltas sin decir nada. Nos vamos a quedar sin tiempo.

-Fue hace unos meses, en el viaje. Yo no quería. Te juro que no quería pero ella insistió. Habíamos estado dos días subiendo la montaña, paramos la primera noche en el arroyo, armamos la carpa, hicimos un fuego. La leña la busqué yo, tardé, estábamos a bastante altura y lo que más había eran arbustos bajos, tuve que recorrer mucho y cuando volví estaba rara.

-¿Rara cómo?

-Como aquella vez, ¿te acordás? Como la vez que… ya sabés. Me puse a hacer el fuego para no mirarla y empezaron a venir las imágenes como si estuviera pasando todo ahí otra vez. Creo que se dio cuenta porque me miraba de reojo y hacía ese gesto que hace siempre.

-¿Con la boca?

-Y los ojos.

Tania rompió a llorar.

-Esto me va a perseguir toda la vida. No sé cómo hacer. Lo pienso una y otra vez y no sé, no sé qué voy a hacer con todo esto. Tengo miedo.

-Bueno, tranquila, si me contás por ahí puedo ayudar.

-¿Puedo fumar acá?

-Si dale, traigo un cenicero.

Se levantó murmurando y fue hacia el comedor sin dejar de mirar hacia la habitación. Agarró el teléfono, marcó y habló en susurros.

-Hola ¿Santi?

-Sí, ¿Sofi? ¿Y? ¿Cómo va todo?

-Mal, todavía no me lo cuenta y ya está por venir Pablo. Si no logro que hable vamos a tener que cambiar los planes. Después te llamo.

-Ok, dale. Beso.

-Beso, chau.

Vuelve a la habitación con el cenicero. Tania ya había prendido el cigarrillo y seguía llorando.

-Te escucho.

-Es que cuando comés hongos no es fácil controlar el comportamiento. Mucho no sabés lo que hacés. Igual nos pegó diferente. Eso complicó las cosas. No conectábamos y ella se empecinó.

-¿Comieron hongos? ¡No sabía!

-Sí, sí, te lo había contado, te olvidaste. Lo habíamos planeado antes de viajar. Queríamos probar. Había llovido la noche anterior y el sol de esa mañana había hecho crecer un montón. Estaba lleno, por todos lados y nos pusimos a recogerlos y comerlos sin parar. No sabíamos cómo era y… Ella quería hacerlo. Quería intentar. Decía que le había quedado pendiente, que no quería morirse sin intentarlo.

-¿Intentar qué?

-Sofi, prométeme que nunca se lo vas a contar a nadie. Santi se muere si se entera, es su hermana. Siempre la protegió, se va a sentir mal, va a pensar que fui responsable, aunque no sea así. Lo conozco bien. Somos dos adultas aunque él no quiera enterarse.

-Tranquila amiga, no voy a hablar. Y menos con Santi. Pero si no me contás tampoco puedo hacer nada para que te sientas mejor.

-Ella se puso a cantar mirando el fuego. Estaba hermosa. Es hermosa. Imaginate, los hongos, el fuego, la noche en la montaña, las dos solas y los sonidos de la noche, el viento en los arbustos, el arroyo a lo lejos. Decía que quería repetir el ritual, empezar por ahí ella sola y luego juntas, cantaba una letanía que parecía de otro tiempo. Yo empecé a entregarme a la situación, me abordaron imágenes que parecían venir de su canto, imágenes desconocidas, me encontré con mi propia fragilidad, no tenía posibilidad de cuidar a nadie de nada. Me senté a su lado, ambas mirando el fuego. Todo parecía estar perfecto. De pronto ella,

Suena el timbre. Sofía se levanta visiblemente enojada, va a la puerta y abre.

-Hola Pablo. ¡Qué puntual! Todavía Tania no se fue, pero está en eso. En un rato nos ponemos a estudiar. Vení, estamos en el cuarto de atrás. Entrá que voy a buscar un vaso.

Pablo entra a la habitación y Sofía va a la cocina.

-Hola hermosa, ¿cómo estás?

-Tania sonríe timida. -Hola Pablo ¡tanto tiempo! Bien, bien. Ya me voy y los dejo estudiar.

-Bueno, tampoco hay tanto apuro. El examen es en una semana y me alegra verte, siempre te extraño, estás muy linda. ¿En qué andaban?

-Vamos por el segundo vino ya. Empezamos temprano. Nada… le estaba contando a Sofi sobre el viaje que hice con Luna. ¿Vos cómo estás?

Tania rehuía la mirada. Gesticulaba mucho y prendió otro cigarrillo. Mientras, Sofía había vuelto al teléfono.

-¿Santi? No lo logré, llegó Pablo. Se me ocurre que lo mejor es que la pases a buscar y lo intentes vos, no podemos seguir esperando, la salud mental de Luna está en juego. Pensá en algo porque no le resulta nada fácil hablar, ya estuvimos tomando bastante vino, por ahí afloja más tarde. Algo hay que hacer.

-Dale, en un rato estoy.

Sofía llevó el vaso a la habitación y se sentó en el piso.

-¿Me quedo o molesto? Preguntó.

Pablo permaneció en silencio mirando a Tania intensamente.

-Es tu casa Sofi, ¿qué te pasa? Dijo ella.

-No nada. Tal vez quieran quedarse solos un rato. Me llamó Santi, anda por el barrio así que te viene a buscar.

-¿En serio? Pensaba irme caminando, lo necesito. Tengo cosas que pensar.

-Dijo que venía. Mejor los dejo, voy a ir ordenando los apuntes, son un montón.

Sofía abandonó la habitación cerrando la puerta. Tania lo miró a los ojos que aún le devolvían intensos la mirada. Pablo puso una mano sobre su rodilla, ella se estremeció y miró hacia abajo, él subió la mano por su pierna, recorrió todo el torso hasta llegar a la nuca. Atrajo su cara sin dificultad y la besó. Se arrodillaron en la cama juntando sus cuerpos sin dejar de besarse y entrelazados fueron hasta la puerta donde Tania apoyó la espalda. Pablo introdujo la mano por debajo de su vestido y comenzó a tocarla. Ella tenía los brazos a los costados de su cuerpo relajados, gemía en susurros, su cuerpo inerme. Él se desabrochó los pantalones, sacó con una mano su sexo erecto, miró hacia abajo y lo deslizó desde su ombligo hasta el pubis y muy lentamente comenzó a moverse sin penetrarla. Le agarró con ambas manos la cara y pasó su pulgar por los labios entreabiertos, rosó sus dientes, mojó con la saliva todo el contorno, acercó su cara y los mordió suavemente y luego el cuello mientras Tania se movió por primera vez, agarró firme su sexo y lo obligó a penetrarla mientras algunas lágrimas le brotaban de la comisura de sus ojos y corrían por su rostro. Sólo Pablo se movía, ella permanecía abandonada contra la puerta. Sonó el timbre, ambos abrieron los ojos y se miraron sin hablar, se separaron suavemente y se acomodaron la ropa mientras se besaban. Tania le sonrió con tristeza, se secó la cara con el dorso de sus manos, se dio vuelta, abrió la puerta y salió. En la sala estaban Santiago y Sofía.

-¡Hola mi amor! dijo Tania, vamos, que los chicos tienen que estudiar.

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