La Búsqueda en lo visceral
LA REBELDÍA DEL FÉNIX
Templo de la verdad es el que miras,
no
desoigas la voz con que te advierte
que todo
es ilusión, menos la muerte.
Mariano José Larra
Recostados en tu cama recitaba a Cortázar. Lo
que más me gusta de tu cuerpo es tu sexo, lo que más me gusta de tu sexo es tu
boca, lo que más me gusta de tu boca es la palabra. Mi cabello sobre tu
rostro, encanecido de espera. Tomaste mi mano y la introdujiste entre tu remera
y tu cuerpo, fue necesario el contacto entre las pieles que comenzaban a arder.
Empezamos despacio, como siempre tomamos el tren que nos dejaba en el éxtasis.
Última estación del vacío de haber llegado. El lugar que obliga a recomenzar el
viaje. Tenías planes. Cada tanto te bajabas del tren para hacerlo saltar de la
vía en tu búsqueda. Me dejabas en la estación frente al espejo de la nada,
cadenas entre mis manos, arrugas que traían el reloj de un tiempo que te
negabas a reconocer. La eternidad de la muerte tu elección. Lugar seguro dónde
nada pasa, los movimientos controlados.
La estación era lejana pero había que volver.
El éxtasis es un lugar efímero así que mordí las cadenas para arrancarlas, me
ayudó mi propio espejo, que me devolvía la belleza de haber habitado siempre
estaciones terminales, una y otra vez, medio siglo ininterrumpido, para volver
a buscar la partida. Quién sabe te encontraba ahí. Tal vez lograbas burlar la
muerte que se te imponía cual rebelde Fénix empecinado en sus propias cenizas.
Había mucho silencio en la estación. Sólo se
escuchaba el segundero de un implacable reloj que no lograba divisar. Una burla
a mis sentidos ávidos de vida. El tiempo se escapaba entre los poros de mi piel.
Empecé a correr aunque no di con ninguna dirección, al rato noté que el tren
seguía frente a mí, yo en el andén de una estación fantasma sin puentes a
ninguna parte. Me abordó la desesperación y lloré un viejo y agiornado dolor. Me
senté en el banco de madera. El tren y yo, vacíos.
Cerré los ojos y nos busqué. Te vi con la
pequeña escultura que hicieras de mí, en la avidez de tocarme a la distancia, con
tus manos que son el canto de la tierra. Te vi llorar en mi regazo la necesidad
profunda y temblorosa de espantar la muerte. Te vi pintando el bosque que
guardaba el secreto sobre nosotros. Te vi temblar entre mis brazos cada vez
haciendo brotar de tu boca palabras eternas. Te vi en la forma secreta que
encontraste de hacerme inmortal en tu descendencia. Nos vi. Respiré
profundamente, mis pulmones se llenaron del mismo modo que logré llenar el
vacío con mi mirada. Cuando abrí los ojos te pensé batallando la muerte en tu encarnizado
laberinto, colmada de nosotros sentí el bullicio de la estación, el tren
partía. No me subí. Era la única estación posible. Me quedé en la plenitud de mi
mirada y tu falta.
Es la muerte un renovado volver a nacer?.... Acaso es la llegada al centro del.hueso...esso.qur llaman amor....
ResponderEliminarMe gustooooooo
Qué bueno que te gustó. La muerte es una estación terminal. La única verdad que no nos interpela. La muerte es.
EliminarHermoso vehículo este tren, está repleto de vida..
ResponderEliminarMe encantó Rox. Gracias
Gracias a vos amigo querido
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