Un mar en pantalla. Una reflexión sobre arte y virtualidad.
“Es una combinación de
atención al mundo sensual
y una respuesta a los
estímulos de la conciencia”
Susan Sontag sobre John Berger
Cuando empezó la locura en la que estamos
sumidos hace cinco meses, con un compañero estábamos a punto de inaugurar una
muestra de arte. Como le pasó a tantos otros no pudimos concretar la
inauguración y en la desesperación de una situación única en nuestras vidas,
arribamos a la idea de ir mostrando de manera virtual lo que planeábamos
compartir en forma presencial. Queríamos mantener de algún modo el calor,
pensando que pronto nos veríamos frente a la situación ya revertida. Primero
subíamos fotos en tandas acompañadas de diferentes textos y finalmente cerramos
la muestra con un video. La repercusión fue buena. Nunca cruzó nuestras mentes
que eso reemplazaría lo presencial, de hecho aún lo esperamos. El mismo centro
cultural en el que exponíamos nos produjo otro video en el que lo aclaramos
especialmente. Toda obra se completa frente a la presencia de un espectador.
Esta introducción viene a cuento de que con
el correr de los días de aislamiento comenzó a haber una oferta inmensa de
diferentes tipos de muestras virtuales, pagas algunas, gratis otras, con
premios, sin premios, galerías de arte virtuales también. Muestras cuyo formato
es concebido como virtual, se planean, se originan, nacen, se piensan como
muestras de arte virtuales, tanto individuales como colectivas. Una suerte de
adaptación a las nuevas reglas de juego. Desde que comenzó a ocurrir que no
deja de hacerme ruido. Adaptación, naturalización, olvido, resuenan en mi mente
y por tanto recurrí, para pensar esta situación, a John Berger, quién se
encargó especialmente de reflexionar sobre el arte a partir de la
transformación que sufrió desde la invención de la cámara.
Se propone intentar descubrir por qué vemos
el arte del modo en que lo vemos con la pretensión de arribar a un conocimiento sobre nosotros
mismos y sobre la situación en que vivimos. Un objetivo altamente deseable en
un momento como este.
Comienza diferenciando perspectiva de
realidad, apariencia de realidad. La cámara hace que veamos cosas que no están
frente a nosotros realmente, lo cual, nos ingresa sutilmente en el mundo de las
apariencias, las cuales pueden viajar a través del globo liberadas de las ataduras
del tiempo y el espacio que le son propias. Esto podría resultar algo bueno. En
este tiempo de capitalismo en su etapa más dura, si pensamos que los artistas
también comen, cuanto más se expanda su obra mejor, más público accede a
conocerla, más personas podrían comprarla, la cantinela mercantilista derrocando
el sentido en su mejor expresión. Inapelable.
Ahora bien, ¿qué pasa con la experiencia que
resulta de estar frente a una obra de arte? ¿Qué pasa con el mundo del significado?
¿Qué pasa con la emoción? ¿Qué pasa con la interpelación, la seducción que
supone una obra que podamos tener enfrente? Comencé a hacerme estas preguntas y
muchas otras en esta nueva situación, ¿sacia la pantalla nuestro deseo de estar
frente al mar?, ¿la sexualidad virtual reemplaza la emoción de estar enredado
en otro cuerpo? Parece obvia la respuesta, el no es rotundo, pero pareciera también que poco a poco y quizá sin
querer, vamos cediendo.
Ya que no es fácil ordenar el pensamiento en
ningún estado de excepción, voy a hacer el intento siguiendo a Berger. La
imagen de una obra fotografiada rueda a través de las pantallas del mundo, o un
detalle, o muchas imágenes una tras otra; podrá ser visto en diferentes lugares
al mismo tiempo, uno accede a esa imagen sentado en su casa frente a la
computadora o el celular, en un entorno particular, con un sonido ambiente determinado,
etc. o bien un derrotero de imágenes si vamos a pensar específicamente en
muestras virtuales. Antes de esta situación, para que se produzca el encuentro
con la obra había que desplazarse hacia determinado lugar y estar frente a ella
y luego desplazarse de una obra a otra. Hacer el ejercicio de contemplación,
habitar un acontecimiento. En el instante que ocurre dicha contemplación ingresamos
en el tiempo, somos tiempo. Lo mismo si estamos frente a una obra como frente a
una brizna de pasto en el silencio del campo mecida por el viento. Queda clara
la dualidad que plantea Berger entre realidad y apariencia, realidad y perspectiva.
¿Es acaso posible el acto puro de contemplación en el mundo virtual?
Algo
que incide fuertemente en la experiencia de estar frente a una obra de
arte es el entorno. Todo lo que rodea la
imagen es parte de su singularidad, de su ser única en tiempo y lugar, es parte
de su significado. La experiencia cobra sentido en un lugar y un tiempo únicos
e irrepetibles. Estar frente a una obra original nos debería permitir sentir su
autenticidad que a la vez se traduciría
en belleza, el temblor o el vigor de una
pincelada, los haces de luz, las texturas, el pintor estuvo ahí de cuerpo y
alma y vibramos frente a la pintura que lo devela. Las obras, son esencialmente
silenciosas y están quietas, lo cual produce un impacto determinado en el que
el significado se traslada hacia nosotros. Berger dice algo tan bello con
respecto a este momento que lo voy a casi transcribir; la pintura, con su
silencio y su quietud se convierte en un corredor que conecta el momento que
representa con el momento en el que uno está, y algo viaja por ese corredor a
la velocidad de la luz que cuestiona nuestra manera de ver el tiempo.
Ahora bien, las pantallas son movimiento,
incluso si la imagen estuviera quieta unos segundos frente a nosotros, la
pantalla se está moviendo. La reproducción de obras de arte a través de
imágenes virtuales, básicamente destruye su significado original y único y lo
convierte en mera información que incluso puede ser manipulada, a conciencia o
no, para transmitir un significado que podría estar muy lejos del original. Para
demostrar esto Berger presenta diferentes obras y al cambiar la música de fondo
podemos apreciar cómo se modifica por completo lo que nos produce la obra emocionalmente
hablando. Lo mismo ocurrirá con el movimiento de las imágenes. En una obra no
existe un desenvolvimiento en el tiempo. En la pantalla el salto de una obra a
otra o el efecto visual con el que una obra se nos presenta, lo hace aparecer e
incidir en su significado. Lo mismo va a ocurrir en relación a las imágenes que
estén antes y después de la obra, van a irrumpir en el sentido original como
también la música elegida y aún más si la música es la misma mientras las obras
se suceden unas tras otras y todavía más aún si son de diferentes artistas. Algo
más que va a suceder en una muestra virtual es que el tiempo de exposición de
las imágenes no está relacionado con la necesidad del espectador que es única,
secreta incluso para sí mismo y diferente frente a cada obra en la que el mismo
espectador se encuentre. Todo lo que acontece en una muestra virtual va en
detrimento de la construcción de significado que debería tener lugar entre la
obra y el observador.
El diálogo que se produce entre ambos es
intervenido y manipulado al punto de su desaparición. Las particularidades
poéticas de cada artista que se perciben frente a una obra se pierden en favor
de un bombardeo de imágenes suscripto a la tiranía del corto tiempo ante el que
hoy en día cualquier persona es capaz de permanecer frente a un video en una
red social. Todo el ejercicio de pensamiento y la emoción, toda la seducción
con la que una obra es capaz de operar sobre nosotros se pierde
irremediablemente.
John Berger comienza uno de sus libros más
famosos con la frase ‘la vista llega antes que las palabras’, hay una primera impresión
a través de lo sensorial, la obra como imagen, las particularidades del entorno
con sus sonidos, las texturas, etc. luego llega el ejercicio de pensamiento que
decodifica lo sensorial en lenguaje y aparece tal vez un detalle, o el impacto
del conjunto, el contenido, la forma, la biografía, la historia, etc.: el significado. Para cuando este quiera
llegar ya habremos visto tal vez diez imágenes más, o dos, lo mismo da, no hay
lugar para la contemplación, estamos ante el embrujo de la apariencia. Me gusta
siempre recordar que un sinónimo de virtual es tácito y un sinónimo de tácito
es omitido. Lo que no está. Y lo que no está no opera, no sentimos el mar en la
pantalla, ni su fuerza, ni el aroma, ni la humedad o el viento en la cara, ni lo blando de la
arena bajo nuestros pies, ni la necesidad de entrecerrar los ojos por el brillo
del sol en el agua, ni el sosiego en la mente, ni la sensación de horizonte
infinito. No sentimos. No estamos ante el acontecimiento que es permanecer
parados en silencio frente al mar. No estamos ante el acontecimiento de estar
enredados en otro cuerpo en el sexo virtual que nos propone ‘la realidad’ que
hoy transitamos. No estamos ante el acontecimiento que es estar frente a la
obra de un artista. Lo tácito, es apariencia.
El capital siempre nos obliga, nos doblega,
tal vez podamos pensar muestras de otro tipo, romper con lo establecido, pensar
muy bien qué hacemos cuando las armamos, tener presente lo omitido al menos
para reducir lo mínimo posible la transmisión de significados que es la
experiencia de estar frente a una obra original en un contexto ideal. Pensemos.
El capital no retrocede, no tiene escrúpulos a la hora de fagocitar
significados, al menos no le hagamos de amigos naturalizando, adaptándonos sin
más a su mecanismo, no juguemos al olvido de la experiencia artística ni
siquiera por un rato, no juguemos al olvido de la emoción porque no es
reemplazable, dejemos eso claro, incluso virtualmente.
De la costumbre, de la naturalización, del olvido, difícilmente se vuelve.
Muy bueno!
ResponderEliminarTremendo!
ResponderEliminarGracias amiga!!
EliminarSiempre un gusto leer tus reflexiones!
ResponderEliminarMuchas Gracias Marce!! Qué bueno!! <3
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